Estamos acostumbrados a escuchar todos los días dos palabras muy arraigadas dentro de nuestra cultura política actual: la “xenofobia” (odio a los extranjeros), la “islamofobia” (odio a los musulmanes) y todas aquellas “fobias” derivadas hacia todo lo que no es propio de nuestro marco cultural originariamente hegemónico y dominante. Hasta aquí todo perfecto, ya sabemos de qué va la cosa. Sin embargo, ¿qué ocurre con sus absolutos opuestos?
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